Frente a la Cafetería hay tres contenedores para los residuos y un cuarto para el vidrio, quedando una zona para acceso de la gente de tal tamaño que entre los contenedores y el bordillo cabe un coche.
Definido el espacio, que se aprecia sin inconvenientes en Google maps, les cuento lo sucedido.
Unos obreros que están haciendo unos trabajos en la cercanías trajeron unas puertas acristaladas del tiempo en que Franco era cabo y las dejaron apoyadas en un contenedor.
Afortunadamente no hubo viento, ya que sino hubiera sido un pequeño desastre.
Los trabajadores, casi seguramente sudamericanos, un tanto desaprensivos quizás hayan pensado que el venga atrás, que se apañe.
Nadie se llevo el regalito y al otro día (sábado) los elementos seguían en su sitio.
Por la mañana sabatina, tres jóvenes, estos sí eran nacionales, dejaron un sofá desvencijado y en estado semi deplorable, que ofrecía un espectáculo desolador y lo colocaron frente a los contenedores de modo tal que un tanto dificultaba el acceso para la gente que pretendía depositar la basura donde correspondía.
La cosa no terminó ahí.
El sofá se convirtió por designio de la incivilidad en improvisado retrete de dos perritos que una señora madurita, bolsa de El Corte Inglés en mano, los paseaba.
Atraídos por el aroma seductor de la tela vieja y los excrementos (líquidos y sólidos) otros perritos siguieron el mismo camino, hasta que pensamos que la situación era surrealista, kafkiana y hasta digna de una secuencia de Pasolini, como reflejo de la Italia del siglo pasado.
Entonces tomamos la decisión, quizás temperamental y algo atrevida, de llamar al Ayuntamineto alertando de la situación, informando además que si alguna persona guarrilla, desaprensiva, cachonda o simplemente en una actitud rayana con la imprudencia o la estupidez arrojaba una colilla de cigarrillo, podía hasta provocar un incendio dada la combustibilidad del sofá, las maderas de las puertas y el PVC de los containers, lo cual hasta requeriría la presencia de los bomberos, todo esto sin contar a los coches que estaban adecuadamente estacionados.
Ese misma tarde retiraron todo, con un coste que entre todos pagamos.
La ignominia de quienes se ahorraron la contratación de un mini conteiner para tirar los restos de su trabajo, sumado a los que no se les ocurrió llamar al Servicio de recolección de muebles, todo sazonado con quienes creyeron que era ese el mejor lugar para depositar la deposiciones caninas, se solucionaron con un gasto que pagamos todos.
La vergüenza que esta situación provoca no reconoce nacionalidades de origen, ni edades, ni sexo, es una simple que: el venga atrás que se joda, y en realidad nos jodemos todos.
Actitudes así hacen que el Ayuntamiento gaste parte de su presupuesto en atender a incivilizados y la suma de estos gastos provocan luego demoras en un turno con un especialista, la falta de materiales adecuados para quienes estudian y fundamentalmente un sentimiento que hagas lo hagas no pasa nada, algo así como se dice en Argentina, es un viva la Pepa.
Con el mayor respeto, es hora de algunos se dejen de joder y entiendan que vivir en una sociedad del primer mundo es asumir las reglas del juego y no sólo quejarse de la corrupción ajena, la cual ya bastante perjudica al conjunto de la ciudadanía.
Posiblemente este Post tenga poco que ver con una cafetería, pero tiene mucho que ver con las actitudes que nos llevan a vivir de una forma bastante peor de lo correspondería y fundamentalmente mucho peor de lo la mayoría nos merecemos.